

Un minuto y treinta segundos de nada
​ Autoras: Anna Iñigo y Emma Flotats
A través de las imágenes de Antonio y la María, los abuelos de Emma, y con la voz de Teresa, la abuela de Anna, "Un minuto y treinta segundos de nada" habla del tiempo y de la memoria, de la tierra y las manos que la cuidan, de la vida contemplativa y de quien se sabe próximo a la muerte y concibe el tiempo como aquella "nada" que se encamina hacia la nada.
Como un grito a todo aquello cotidiano, pausado y corriente, la propuesta artística se presenta en formato vertical, para redes sociales como Instagram y Tik Tok, que se caracterizan precisamente y cada vez más por ofrecer un contenido instantáneo, fugaz y vacío de cercanía. Mostrar a nuestros abuelos en su cotidianidad es también mostrar una pequeña ventana hacia sus vidas, hacia las nuestras, y hacia la de todo aquel que ha podido compartir su infancia - o no - con sus abuelos, es decir, es una apelación a la ternura y la calma de saberse protegido a través de un canal, las redes sociales, cada vez más feroz.
En lo cotidiano se encuentra el instante, que como dice Handke en el poema sobre la duración, “Ocurre la duración cuando en el niño, que ya no es ningún niño -tal vez ya un anciano-, reencuentro los ojos del niño. La duración no está nunca en la piedra imperecedera de tiempos remotos, sino en lo temporal, en lo maleable”.
Lo temporal y lo maleable se encuentra en las manos, en la patata, en la cebolla, en la tierra; y todo ello guarda una estrecha relación con la memoria: sin lo maleable no se puede construir el recuerdo. La patata y la cebolla: siempre nuevas y antiguas. Y las manos, guardianas de la memoria de la tierra. Y la tierra, guardiana de la memoria de las manos. Indisociables. Siempre nuevas y antiguas. Las manos que cuidan y envejecen, que parten y pelan, las manos que cuidan y dejan huella, en la tierra y en el ser.